La Divina Misericordia
Dios es un Dios rico en Misericordia, lo muestra a lo largo de la Historia de la Salvación que es nuestra propia historia y, también, lo manifiesta en las pequeñas cosas del día a día que nos permiten alcanzar las grandes.
Es un Padre misericordioso esperando a sus hijos, Jesús lo describe maravillosamente en la parábola llamada “del hijo pródigo”, cuyo centro es “el Padre misericordioso”: un padre que espera al hijo que se ha ido a derrochar su herencia, que lo recibe con los brazos abiertos, que le perdona y le da una vida nueva. Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y belleza.
En Jesucristo, el Padre revela su misericordia con los pecadores. Es tan grande su amor que entrega al Hijo para salvar al esclavo. Nos dice la Palabra de Dios: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna; pues Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Jn. 3, 16-17).
El Catecismo de la Iglesia Católica en el número 1994 nos explica: “La justificación es la obra más excelente del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús y concedido por el Espíritu Santo. San Agustín afirma que “la justificación del impío… es una obra más grande que la creación del cielo y la tierra” … porque “el cielo y la tierra pasarán, mientras… la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán”. Dice incluso que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor.
Comprender y aceptar este misterio de salvación nos lleva a decir: “Dios es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó” (Ef. 2, 4).
Con Jesús la Revelación esta acabada, sin embargo, a lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas “privadas”, su función es ayudarnos a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Es así, como Dios nos regala una devoción que nos invita a vivir la Misericordia Divina.
Jesús escoge a una sencilla monja de Polonia, su nombre es Faustina Kowalska y, le confía una gran misión: el mensaje de la misericordia dirigido a todo el mundo. Su misión consiste en recordar una verdad de la fe, conocida desde siempre, pero olvidada, sobre el amor misericordioso de Dios al hombre y en favorecer un cambio de vida, vivir en el abandono y confianza en Dios.
Ante una época de contrastes y paradojas; tenemos las redes sociales, podemos enviar un mensaje o imagen en cuestión de segundos y, sin embargo, es tan complicado comunicarnos con los más cercanos, escuchar con empatía y expresar nuestros sentimientos de manera asertiva; los niños tiene más actividades extraescolares, acceso a la tecnología, redes sociales y juegos en línea, pero, menos tiempo en cantidad y calidad con sus padres; estamos bombardeados por el consumismo y el materialismo; medimos nuestra autoestima conforme al número de “like” o seguidores en las redes sociales; nos ocupamos de nuestra imagen y llenarnos de “títulos”, sin embargo, corremos el riesgo de descuidar nuestro corazón; se habla de paz pero aumenta la violencia; ante una época convulsa y llena de cambios, Jesús nos muestra Su Misericordia; nos regala una devoción que muestra lo más tierno y profundo de Su Amor.
Jesús le dijo a Santa Faustina: “La humanidad no conocerá paz hasta que no se dirija a la Fuente de Mi misericordia” (diario 699). ¿Dónde está la Fuente de la Misericordia? Tenemos cinco lugares de encuentro con la Divina Misericordia: Palabra de Dios, celebración de la Liturgia, Eucaristía, Reconciliación y oración.
Además, Jesús le muestra a Santa Faustina cinco recipientes para recibir misericordia:
1) La imagen de la Divina Misericordia. El 22 de febrero de 1931, santa Faustina tuvo la siguiente revelación: Al anochecer, estando en mi celda, vi al Señor Jesús vestido con una túnica blanca. Tenía una mano levantada para bendecir y con la otra tocaba la túnica sobre le pecho. De la abertura de la túnica en el pecho, salían dos grandes rayos: uno rojo y otro pálido… Jesús me dijo: Pinta una imagen según el modelo que ves, y firma: Jesús, en Tí confío (diario 47). Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá. También prometo, ya aquí en la tierra, la victoria sobre los enemigos y, sobre todo, a la hora de la muerte. Yo Mismo la defenderé como Mi gloria (diario 48). Los dos rayos significan la Sangre y el Agua. El rayo pálido simboliza el Agua que justifica a las almas. El rayo rojo simboliza la Sangre que es la vida de las almas. Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de Mi misericordia cuando Mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por la lanza… Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos… (diario 299).
San Juan Crisóstomo reflexionaba: “esta agua y esta sangre eran símbolos del Bautismo y de la Eucaristía… para edificar a la Iglesia”. En esta imagen, vemos el amor misericordioso de Dios, Jesús que se entregó por amor a ti y a mí, la invitación a vivir en la confianza de Su amor.
2) La Coronilla de la Divina Misericordia. Jesús le enseñó esta oración a santa Faustina: “… la rezarás con un rosario común, de modo siguiente: primero rezarás una vez el Padre nuestro y el Ave María y el Credo, después, en las cuentas correspondientes al Padre nuestro, dirás las siguientes palabras: Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero; en las cuentas del Ave María, dirás las siguientes palabras: Por su dolorosa Pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Para terminar, dirás tres veces estas palabras: Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero. (diario 476).
En la Coronilla ofrecemos al Padre a Jesús, “como propiciación de nuestros pecados y los del mundo entero”. La palabra “propiciación” hace referencia al “propiciatorio” que estaba encima del Arca de la Alianza (Ex. 25, 17; Lev. 16, 2). En el propiciatorio estaba la presencia de Dios y, si entraba alguien indigno, moría inmediatamente. San Pablo nos dice de Jesús: “Dios lo exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre” (Rom. 3, 25), significa que Jesús reconcilia al mundo con Dios (2 Co. 5, 19) y nos permite entrar en Su presencia. Cuando rezamos la Coronilla recordamos que Jesús dio su vida por ti y por mí, gracias a ello, podemos estar en la presencia de Dios.
El Señor promete: “A las almas que recen esta coronilla, Mi misericordia las envolverá en vida y especialmente a la hora de la muerte” (diario 754). “Hasta el pecador más empedernido, si reza esta coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita. Deseo que el mundo entero conozca Mi misericordia; deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confía en Mi misericordia” (diario 687). “Defenderé como Mi gloria a cada alma que rece esta coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón de los pecados” (diario 811). “Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta coronilla; las entrañas de Mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta coronilla…” (diario 848).
3) La hora de la misericordia. Jesús le dice a santa Faustina: “A las tres, ruega por Mi misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi abandono en el momento de Mi agonía. Ésta es la hora de la gran misericordia para el mundo entero… En esta hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión…” (diario 1320).
Al sumergirnos y meditar en la Pasión de Jesús nos damos cuenta que “Nadie tiene amor mayor que éste de dar uno la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13). Este breve momento, nos muestra el amor de Dios y, también, su abandono, una invitación a vivir en el abandono y confianza en Dios, especialmente, en los momentos de dolor.
4) La fiesta de la Divina Misericordia. Nuestro Señor le indica a santa Faustina: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores. Ese día están abiertas las entrañas de Mi misericordia. Derramo todo un mar de gracias sobre las almas que se acercan al manantial de Mi misericordia. El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas. En ese día están abiertas todas las compuertas divinas… Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata… La fiesta de la Misericordia ha salido de Mis entrañas, deseo que se celebre solemnemente el primer domingo después de Pascua…” (diario 699).
San Juan Pablo II decreto esta Fiesta el segundo Domingo de Pascua y concedió Indulgencia Plenaria a quienes, en estado de gracia y con el deseo de evitar cualquier pecado, comulguen, recen por las intenciones del Papa y, realicen, en cualquier iglesia u oratorio, un acto de devoción a la Divina Misericordia, como participar en la Santa Misa o visitar al Santísimo Sacramento, y reciten una invocación a la Divina Misericordia, como: “Jesús, en Tí confío”.
5) La Novena. Jesús pide a Santa Faustina rezar esta coronilla durante nueve días antes de la Fiesta de la Misericordia. Debe iniciarse el Viernes Santo (diario 796). Jesús pide esta novena para “llevar a las almas a la Fuente de Mi Misericordia para que saquen fuerzas, alivio y toda gracia que necesiten para afrontar las dificultades de la vida y especialmente en la hora de la muerte. Cada día traerás a Mi Corazón a un grupo diferente de almas y las sumergirás en este mar de Mi misericordia. Y a todas estas almas Yo las introduciré en la casa de Mi Padre…” (diario 1209). Aunque esta novena se inicia en Viernes Santo para terminar en la Fiesta de la Divina Misericordia, podemos realizarla en cualquier fecha del año.
Te invito a que vivas esta devoción y hagas tuyas las promesas de la Misericordia de Dios. Finalmente, recuerda las palabras de Jesús: “Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso” (Lc. 6, 36) vivamos la Misericordia en nuestras acciones, palabras y orando por los demás.